Goiuri, la cascada legendaria
Un salto de agua de 105 metros de altura en el noroeste de Álava
Lamias y pastores tejieron la leyenda de un gran salto de agua en un pequeño río. Hayedos y quejigales, templos románicos y prados atiborrados de ovejas latxas conforman un paisaje de égloga.
Que un río como el Oiardo -un humilde tributario del Altube, que a su vez lo es del Nervión-, con un caudal de sólo 340 litros por segundo, haya excavado en la roca caliza del altiplano alavés un barranco de 105 metros de profundidad, en el que se precipita formando una de las mayores cascadas de España, es un hecho que escapa a la comprensión del común de los mortales. De ahí que, para explicar lo inexplicable, los primeros habitantes de la zona urdieran una leyenda protagonizada por una lamia, que viene a ser lo mismo que una ninfa, sólo que del folclor vasco, fea y con pies de pato.
Huelga decir que no ha sido un suspiro, sino un trabajo erosivo de decenas de miles de años, el que ha originado el hondón donde el Oiardo se abisma desmelenado en dos hebras largas y blancas como las guedejas de las ovejas latxas que pastan al borde del precipicio. Una labor casi eterna. Comparada con ella, la historia de Goiuri, que desde 1257 alza sus casas junto al salto, parece breve como una cabezada.
Breve y descansado, de no más de una hora, es el paseo que nos va a permitir conocer el salto y su entorno. Lo iniciaremos en Goiuri, dirigiéndonos hacia la iglesia románica de Santiago Apóstol, en cuya ventana absidial hay esculpido un grupo musical, extraña ocupación junto a una atronadora cascada. Continuaremos de frente por una pista de tierra para, a unos 200 metros, colarnos a la derecha por una puerta giratoria, cruzar la vía del tren y plantarnos justo encima de la cascada, donde una cruz y una placa recuerdan no sólo a sendos suicidas, sino que un resbalón aquí es mortal de necesidad.
Con mucho cuidadín, pues, seguiremos el sendero que discurre por el filo del precipicio, usando como asidero la alambrada que cerca los prados de la izquierda. Admirable la asimetría vegetal que presenta esta garganta: en la ladera soleada medran los quejigos, mientras que, en la contraria, proliferan las hayas, que se extienden hasta más allá del puerto de Altube formando uno de los mayores hayedos del País Vasco.
Tras rebasar un espeso bosque de quejigos, buscaremos un paso a través de la alambrada para continuar bordeando el altiplano por la zona del pastizal. Así, como a media hora del inicio, saldremos nuevamente a la pista de tierra; antes de regresar por ella al pueblo, la seguiremos un rato a mano derecha por lo alto del praderío hasta llegar junto a un monumental roble achicharrado por un rayo que, según los que lo sintieron caer, asó a dos yeguas de la misma tacada. Desde allí veremos, descollando a naciente, la cima del Gorbea y, a poniente, la afilada sierra Salvada, donde el Nervión se despeña no más nacer en una caída de 300 metros.
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