FANTASTICO ARTICULO PUBLICADO POR ANDRES CAMPOS. EL PAIS Y REVISTA VIAJAR: MIL GRACIAS
Cascada de Goiuri (Álava): larga como lana de oveja latxa

Melenuda oveja latxa al borde del acantilado calcáreo donde el río Oiardo pega un salto de 105 metros.
Hayedos y quejigales, templos románicos y prados atiborrados de melenudas ovejas latxas. El río Oiardo atraviesa unos paisajes de égloga antes y después de precipitarse en un cascada de más de cien metros del altura en el noroeste de Álava. Un enclave con leyenda que las lluvias de otoño llenan de agua y colorido y que puede conocerse siguiendo una sencilla senda de una hora.
Que un río como el Oiardo –un humilde tributario del Altube, que a su vez lo es del Nervión–, con un caudal de sólo 340 litros por segundo, haya excavado en la roca caliza del altiplano alavés un barranco de 105 metros de profundidad, en el que se precipita formando una de las mayores cascadas de España, es un hecho que escapa a la comprensión del común de los mortales. De ahí que, para explicar lo inexplicable, los primeros habitantes de la zona urdieran una leyenda protagonizada por una lamia, que viene a ser lo mismo que una ninfa –una de esas hadas tontivanas que moran en los parajes acuáticos–, sólo que vasca, fea y con pies de pato.
Cuenta la leyenda que en Goiuri vivía una de estas superfluas criaturas, la cual se pasaba todo el santo día arreglándose (normal) delante de un espejo mágico, un espejo al que le decía “diadema” y creaba una diadema, “agua de colonia” y la destilaba, etcétera. En esas toilettes estaba la lamia, cuando acertó a pasar un pastor llamado Urjauzi, que lógicamente se encaprichó del espejo, se lo afanó en un descuido y se dio al exceso, pidiéndole al susodicho angulas de Aguinaga, pastoras como las de Watteau y otros placeres que no había sentido ganadero alguno desde las odas de Horacio. Dice el refrán que poco dura la alegría en casa del pobre. Pues menos aún en el chozo del pastor. Al cabo de unos días, la lamia sorprendió al usurpador sesteando en la orilla del río Oiardo, con el espejo pegado a los labios. “¿Quién eres?”, le preguntó la lamia. Todavía dormijoso, el ovejero le contestó, casi con un suspiro: “Urjauzi”. E instantáneamente se convirtió en el gran salto de agua de Goiuri, porque grande era su falta y porque urjauzi, en vasco, significa cascada.

Un vecino feliz de Goiuri con las manos rebosantes de perretxikos, delante de la casa rural Ugarzábal.
Breve y descansado, de no más de una hora, es el paseo circular que nos va a permitir conocer el salto y su entorno. Lo iniciaremos en el mismo pueblo de Goiuri, dirigiéndonos hacia la iglesia románica de Santiago Apóstol, en cuya ventana absidial hay esculpido un grupo musical, extraña ocupación junto a una cascada atronadora, que no deja oír nada. Visto lo cual, continuaremos de frente por una pista de tierra para, a unos 200 metros, colarnos a la derecha por una puerta giratoria, cruzar la vía del ferrocarril y plantarnos justo encima de la cascada, donde una cruz y una placa recuerdan no sólo a sendos suicidas, sino que un resbalón aquí es mortal de necesidad.

Hayas, quejigos y laderas alfombradas de yedra. Un bosque de cuento rodea la legendaria cascada de Goiuri.
Tras rebasar un espeso bosque de quejigos, buscaremos un paso a través de la alambrada para continuar bordeando el altiplano por la zona del pastizal. Así, como a media hora del inicio, saldremos nuevamente a la pista de tierra; antes de regresar por ella al pueblo, la seguiremos un rato a mano derecha por lo alto del praderío hasta llegar junto a un monumental roble achicharrado por un rayo que, según los que lo sintieron caer, asó a dos yeguas de la misma tacada. Desde allí distinguiremos, descollando a naciente, la cima del Gorbea –máxima altura del parque natural homónimo, del que forma parte la cascada de Goiuri– y, a poniente, la afilada sierra Salvada, donde el Nervión se despeña no más nacer en una caída de 300 metros. Pero ésta la veremos otro día.

Las ovejas latxas que pululan alrededor de la cascada lucen unos espectaculares peinados, estilo Bisbal.
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